(Rodrigo Irurzun, Área de Energía de Ecologistas en Acción)
http://www.ecologistasenaccion.org/article74.html
La factura eléctrica no para de subir, al tiempo que las eléctricas
reclaman un ‘déficit de tarifa’ que supera los 24.000 millones de euros.
Pero la mayoría de los consumidores, cautivos del oligopolio eléctrico,
desconocen los entresijos de un sistema que sirve para trasvasar dinero
de la inmensa mayoría de la población a unas pocas manos con gran poder
para controlar la legislación que se aplica sobre el sector.
¿Es cara la factura eléctrica?
La factura eléctrica se incrementa mientras los ingresos de muchas
familias no son suficientes para pagar un bien básico como es la
energía. Un estudio de la Comisión Europea en 2005 cuantificó que el 9%
los hogares españoles no eran capaces de mantener condiciones de confort
térmico [i]. En 2011 se estimaba que al menos 50 millones de personas
en Europa sufrían de pobreza energética, con un alto riesgo de que dicho
número aumente debido a los incrementos en los precios (18% en la
factura del gas y 14% en la factura eléctrica de los hogares entre 2005 y
2007) [ii]. Se estima que el 16% de las personas en Europa están
expuestas al riesgo de pobreza energética, con consecuencias sobre la
salud y la economía.
Por otra parte, desde el punto de vista ecológico el precio de la
energía en general, y de la electricidad en particular, ha sido siempre
muy barato, ya que tiene una serie de costes ocultos que la industria de
la energía externaliza hacia la sociedad, como los costes
medioambientales, los sociales y de afección a la salud, o los referidos
al agotamiento de las fuentes energéticas utilizadas. Por lo tanto, si
esos costes se internalizaran en el precio de la energía, las facturas
serían mucho más caras.
El problema que se presenta, por lo tanto, se puede resumir en que por
una parte nos hemos acostumbrado a pagar la energía por debajo de su
coste, y por otra que las desigualdades sociales conllevan la existencia
de colectivos que no pueden costear el precio de un bien básico como es
la energía.
Estructura del sistema eléctrico
La Ley del Sector Eléctrico de 1997 supuso la liberalización progresiva
de actividades, para lo cual se requirió la separación contable de las
empresas que monopolizaban el sistema, integrando desde la generación
hasta la comercialización de energía eléctrica. Actualmente el mercado
está formalmente dividido en actividades de generación, de transporte,
de distribución y de comercialización. En generación de electricidad
esto ha supuesto la entrada al mercado de muchas empresas e incluso de
la capacidad individual de conectar pequeños sistemas a partir, por
ejemplo, de energías renovables. Sin embargo, el 80% de la potencia
eléctrica instalada en el Estado español sigue estando en manos de las 5
grandes compañías que integran UNESA (Asociación Española de la
Industria Eléctrica): Endesa, Iberdrola, Gas Natural Fenosa, E.ON y EDP
Hidrocantábrico.
La red de transporte traslada la electricidad desde los puntos de
generación hasta los puntos de consumo, muchas veces a cientos o miles
de kilómetros de distancia, en alta y muy alta tensión, y está
mayoritariamente en manos de Red Eléctrica de España, empresa con un 20%
de capital del Estado, a través de SEPI (Sociedad Estatal de
Participaciones Industriales), siendo el 80% restante de libre
adquisición.
El suministro de electricidad para el consumo se realiza en alta, media y
baja tensión, a través de la red de distribución, formada por centrales
de transformación y líneas que llegan a los puntos de consumo, hasta
los embarrados de los edificios y los contadores de los hogares,
comercios o industrias. De nuevo, las empresas de UNESA son propietarias
de la práctica totalidad de la red de distribución, que se reparten
geográficamente en forma de monopolios naturales.
Además de esta estructura del flujo físico de la electricidad, existe
una estructura administrativa paralela, formada por el mercado eléctrico
y las comercializadoras de electricidad. Por comercialización se
entiende la compra-venta de electricidad: las empresas comercializadoras
compran la electricidad demandada por sus clientes en el mercado
eléctrico, y se la venden a estos. La actividad de comercialización
incluye la formalización de los contratos, la facturación o la captación
de clientes. Del dinero recaudado, una parte se destina a pagar el
precio de la electricidad en el mercado eléctrico y otra parte a costear
las actividades de transporte, distribución y otros costes regulados.
Es una actividad libre, por lo que cualquier empresa puede
desarrollarla, aunque de nuevo las empresas de UNESA controlan la
mayoría de los contratos y ostentan el monopolio de las tarifas
reguladas (Tarifa de Último Recurso, o TUR, y bono social).
Las empresas de generación y las comercializadoras acuden al mercado
eléctrico para fijar el precio de generación en un sistema de subasta
marginalista, en el que el precio se fija por pujas competitivas en
función de la demanda prevista y de las ofertas de generación para un
periodo determinado, como más abajo explicaremos.
¿Qué pagamos por la electricidad?
El coste de la electricidad está dividido en dos grandes bloques. Por un
lado el precio de la electricidad en el mercado eléctrico, el llamado
“precio de pool”, que varía día a día y hora a hora en el mercado
diario, y cada tres meses en la subasta que fija la tarifa de último
recurso. Por otro lado están los costes de acceso, que son la suma de
todos los costes regulados del sistema.
El coste de generación es muy variable, entre 25 y 75 €/MWh, con la
media entre 60 y 65 €/MWh. El precio concreto depende de la demanda
prevista y de la oferta que haya de las distintas tecnologías. A partir
del año 2005 es en general bastante más alto que en el periodo previo,
pero esto no tiene nada que ver con las energías renovables sino más
bien con los precios del gas, el carbón y el petróleo (figura 2).
La subasta marginalista funciona de la siguiente manera: las plantas de
generación informan para cada hora del día siguiente de la energía
eléctrica que pueden ofrecer y el precio que quieren cobrar por ella, y
las distintas ofertas se ordenan en función del precio, primero las más
baratas y al final las más caras, con algunas excepciones. La energía
nuclear entra a precio cero porque las centrales no pueden regular su
potencia fácilmente y las paradas y arranques son costosos y lentos, de
forma que la energía nuclear operativa entra siempre. El régimen
especial (renovables, cogeneración e incineración de residuos) también
entra a precio cero porque se considera que son beneficiosas para la
sociedad, y de esta forma se garantiza su entrada prioritaria. Luego,
ordenadas de menor a mayor precio, entrarían las centrales hidráulicas
en régimen ordinario, las de gas en ciclo combinado y por último las
térmicas de carbón, que son las más caras.
Mediante un sistema de subasta se ajusta la demanda prevista a la oferta
existente, hasta que se llega al equilibrio entre oferta y demanda, y
en ese punto se fija el precio de mercado. Ese precio, que corresponde
al de la tecnología más cara que se precisa para cubrir la demanda, es
el que cobran todas las centrales que han entrado en el sistema,
independientemente del precio original con que pujaron. Este hecho tiene
como consecuencia que, excepto en las tecnologías más caras, el resto
se lleven beneficios extraordinarios, especialmente las más baratas,
como son las nucleares o las grandes centrales hidroeléctricas, en su
mayoría amortizadas y con costes de operación bajos. Son los conocidos
como beneficios caídos del cielo, o windfall profits. También tiene como
consecuencia que en momentos puntuales de baja demanda, cuando solo
entran centrales nucleares y régimen especial, el precio en el mercado
sea 0 €.
Potencia instalada y energía generada
En el año 2011, la potencia instalada en el Estado español era de
106.295 MW, y la generación neta fue de casi 280.000 GWh, de los cuales
exportamos más de 6.000 GWh [iii]. De la potencia instalada el 66%
corresponde al régimen ordinario y el 34% al régimen especial (las
tecnologías que reciben primas).
Tenemos un exceso de potencia instalada, ya que las puntas de máxima
demanda rara vez superan los 40.000 MW, y hay instalados más de 100.000
MW. Parte de la potencia no está siempre disponible. Pasa con todas las
tecnologías, desde las renovables como la solar o la eólica, a las
convencionales como la nuclear o la hidráulica. Aún así, la situación es
tal que la mayoría de las centrales de gas en ciclo combinado, por un
efecto conjunto de la reducción en la demanda causada por la crisis y la
instalación de renovables, están operando al mínimo. En 2010 operaron
una media de 2.540 horas y 2.030 h el año siguiente, menos de la cuarta
parte del año, lo que ha reducido drásticamente sus ingresos y
complicado sus planes de amortización. La situación es parecida en las
térmicas de carbón, que sin embargo consiguieron que en 2011 se
incrementara su utilización gracias al conocido como decreto del carbón
que incentivaba la quema de carbón nacional y que ha supuesto un
incremento muy notable en las emisiones de CO2 [iv].
Otra de las evidencias de este exceso de potencia instalada es el hecho
de que en tres ocasiones en los últimos 18 meses la mitad de los
reactores nucleares han estado parados simultáneamente, sin que por ello
se halla dejado de suministrar la energía demandada, e incluso se haya
seguido exportando electricidad sin que el precio de mercado se
incremente ni se sufra ningún corte. Por otro lado, cuando la mayoría de
los reactores nucleares han estado operativos, en periodos de baja
demanda (por las noches), ha habido numerosas ocasiones en que se han
tenido que desconectar cientos de megavatios eólicos e incluso parques
solares durante el día, dejando de esta manera pasar el viento o caer el
sol, sin aprovechar la energía que nos proporcionan de forma limpia y
gratuita.
Los costes y las tarifas de acceso. La parte regulada del recibo
Cada tres meses el Gobierno estima cuanto cuestan las actividades
reguladas del sistema y sobre esta base establece las tarifas de acceso
para hacer frente al coste. Las costes regulados del sistema eléctrico
son los correspondientes a la red de transporte y distribución, el
operador del mercado, los costes de gestión comercial, el servicio de
interrumpibilidad, las anualidades del déficit de tarifa, o las primas
al régimen especial, entre otras. Estos costes ascienden a unos 17.000
millones de euros, de los cuales aproximadamente un tercio corresponden a
la red de distribución y algo más a las primas al régimen especial
(tabla 1).
Entre la estimación de estos costes y la estimación de la demanda de
electricidad durante el trimestre según los distintos tipos de
consumidores, la Administración establece un precio a pagar en función
del tipo de tarifa que se tenga (baja, media o alta tensión). Sin
embargo, los distintos Gobiernos han venido fijando unas tarifas que no
serían capaces de cubrir los costes, para evitar por una parte el
incremento de la inflación y por otra el efecto político negativo de la
subida en el recibo de la luz. La consecuencia ha sido que se ha ido
acumulando un déficit que reclaman las empresas distribuidoras, a las
que se ha dejado a deber ese dinero, y que supera ya los 24.000 millones
de €. A partir de 2009 se procedió a titulizar esa deuda, que a partir
de 2010 se ofreció en los mercados financieros, con lo que los
consumidores tendremos que pagar, además, más intereses sobre ella.
Además, el precio que pagan los distintos consumidores por el acceso a
las redes no es el mismo. Los consumidores en baja tensión, es decir, la
mayoría de los hogares, pequeños comercios y locales similares, pagan
entre 8 y 10 veces más que los consumidores en alta tensión [v],
empresas con gran consumo eléctrico, como las fábricas de aluminio
(figura 4). Es decir, a través del recibo eléctrico se produce una
subvención encubierta a las grandes empresas consumidoras que pagan los
que menos consumen.
El problema del déficit tarifario
El déficit tarifario, como se ha comentado antes, se produce por
desajustes entre los costes regulados y la estimación de costes que
realiza el Gobierno, estimación normalmente muy conservadora para evitar
la inflación. A partir de 2007 se diferencia el déficit ex-post,
computado al finalizar el ejercicio, del déficit ex-ante, computado al
principio. A partir de ese año la Administración genera un efecto
perverso consistente en considerar que las tarifas que establece no van a
ser suficientes para cubrir el coste, de forma que establecen ya de
forma previa un déficit que tendrá que ser pagado por los consumidores
con los recargos correspondientes. En 2007, el déficit ex-ante fue de
3.178 M€ (millones de €), aunque finalmente se redujo a 1.244 M€. En
2008, el déficit se redujo en 1.179 M€ por la devolución de las
eléctricas de los derechos de emisión que habían recibido gratuitamente,
pero aún así, fue de 4.641 M€. En 2009 se había fijado por ley un
déficit máximo de 3.500 M€, pero terminó el año en 4.615 M€, mientras
que en 2010 fue de casi 5.000 M€, y en 2011 de algo más de 4.000 M€.
Las eléctricas y el Gobierno culpabilizan a las renovables por el
aumento de los costes regulados, pero evitan informar sobre varios
asuntos clave:
Si los usuarios de alta tensión pagasen tarifas equitativas se
recaudarían miles de millones de euros adicionales (en torno a 1.300
millones en 2011).
Las compañías eléctricas, al tiempo que reclaman la deuda que les
reconoce el Estado, obtienen beneficios superiores gracias a los
beneficios caídos del cielo que obtienen por la venta de electricidad en
el distorsionado mercado eléctrico. Fijándonos únicamente en Iberdrola y
Endesa, los beneficios anuales fueron superiores a los 5.600 millones
de euros de media entre 2008 y 2010 en el mercado ibérico. En 2011
Iberdrola tuvo un beneficio de 2.870 millones de euros, y Endesa de
3.500.
Las energías renovables generan mucho más empleo por unidad de energía
generada que las tecnologías convencionales, lo que repercute en el pago
de impuestos o en cotizaciones a la Seguridad Social. Además, evitan la
importación de combustibles extranjeros y la emisión de gases de efecto
invernadero, con lo que ayudan a reducir el déficit comercial y las
compras de derechos de emisión. La Asociación Empresarial Eólica
contabilizó entre 2005 y 2010 un ahorro de 2.000 M€ por estos conceptos,
una vez descontadas las primas recibidas por el sector [vi].
No se contabilizan los efectos derivados del cambio climático, del
agotamiento de los combustibles fósiles, o de las afecciones negativas a
la salud y a los medioambientes producidos por las formas más
contaminantes de generación eléctrica.
Un sistema distorsionado, antisocial e insostenible
El mercado eléctrico, supuestamente libre, es una farsa. Más de la mitad
de los costes están regulados, y el sistema fomenta los beneficios de
las grandes empresas a costa de familias y pequeños consumidores.
Además, la práctica totalidad del sector está controlado por una
oligarquía de 5 empresas, con lo cual la teórica libre competencia, nos
guste o no el concepto, es una quimera, y un mercado libre en estas
condiciones solo beneficia a estas grandes empresas, siendo además más
ineficiente que otros modelos más sociales. El sistema eléctrico, como
el energético, precisa de planificación y organización, así como de
garantías sociales y medioambientales, poco compatibles con un sistema
de libre mercado.
Además, tal y como está diseñado el sistema fomenta el consumo en lugar
de tender a reducirlo, puesto que quienes más consumen pagan menos, y
las empresas obtienen mayores beneficios a mayor consumo, por lo que
difícilmente tendrán la intención de reducirlo. Esta reducción del
consumo, sin embargo, es una necesidad social y ecológica, así como la
instauración de un sistema eléctrico sostenible y gestionado
democráticamente, basado en las energías renovables. Un sistema que
fomente el autoconsumo y la generación distribuida, en el que las
personas sean dueñas de sus decisiones y de los medios necesarios para
la satisfacción de sus necesidades energéticas, que deberían ser mucho
más reducidas que el actual consumo de energía en los países
enriquecidos.
Por otra parte existen alternativas sociales que posibilitan en cierta
medida la transición hacia un sistema más justo y equitativo, como las
cooperativas de consumo. Por ejemplo, la recientemente creada Som
Energia, así como la instalación individual o colectiva de sistemas de
aprovechamiento de las energías renovables. Es hora de que la ciudadanía
comience a poner en marcha, con decisión y valentía, proyectos que la
independicen del gran oligopolio energético y se libere de esta forma de
un sistema que únicamente perjudica a sus intereses.
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